El barrio del tabaco
Vivo en el número siete, calle de la Humareda.
Quiero mudarme hace años al barrio de la alegría.
Pero siempre que lo intento ha salido ya el tranvía
Y en la escalera me siento a fumarme un cigarrillo.
No exactamente Joaquín Sabina
-Mire usted, doctor, mi problema es que vivo muy cerca de una fábrica de cemento y el humazo de las chimeneas me está carcomiendo los pulmones.
Mi paciente se sentaba cada mes frente a mí, y desgranaba su retórica como un rosario de excusas. Yo conocía su casa, y sí, ciertamente, no estaba lejos de aquella fábrica… que hacía quince años que había sido clausurada.
Pero para Rodrigo –hijo de Rodrigo y nieto de Rodrigo- aquella chimenea seguía vomitando cada día su carga de hollín y negrura, como una especie de maldición.
-Me está matando esa puta chimenea, doctor. Lo siento aquí dentro.
Yo miraba a Rodrigo con la curiosidad de un espécimen. Aquel individuo creía con honradez que la chimenea de la fábrica clausurada tanto tiempo atrás le seguía provocando aquellos accesos de tos por las mañanas y esa dificultad al respirar cuando subía las cuestas que le conducían a su casa. Y, en el colmo de la ironía, pensaba que eran los otros, ese capitalismo opresivo y despiadado, quien le robaba día tras día su salud y descontaba minutos a su vida.
Mi psiquiatra de cabecera, un buen tipo llamado Vilaplana, adicto a la música como otros lo son al tequila, me dio una tarde festiva las claves de este aparente misterio.
-Rodrigo ha construido un decorado, dibujado unos personajes y esbozado un guión. El que le absuelve de su propia responsabilidad, el que le exime de culpa y atribuye a los demás sus males.
-Muy humano, parece.
-Es más que eso. Es gratificante para él. De esa manera descarga su propia responsabilidad. ¿Qué le ocurre en realidad?
-Pues que fuma más que Gamborino.
-¿Y quien era el tal Gamborino?
-Pues son lo sé. Pero debía de fumar como un descosido. Y Rodrigo no se queda atrás. Al día se mete entre pecho y espalda sesenta cilindritos repletos de picadura de hojas de tabaco.
-¿Perdón?
-¡Que se casca tres paquetes!
-Vale, vale… Pues se me ocurre…
La tarde siguiente volvió a verme el bueno de Rodrigo.
-Tengo la solución a sus dificultades, amigo mío. El problema es su barrio. Ha de mudarse.
-¿Mudarme…?
Aquel hombre me miró con ojos vidriosos de sorpresa. Quizá nunca se había planteado aquella alternativa, anclado como estaba a esa coartada para justificar sus males. Porque los humanos asumimos mejor la furia de un destino inclemente que la propia debilidad.
-¿Mudarme de mi barrio…?
-Sí, Rodrigo. Ha de dejar la calle de la Humareda. Creo que le esperan en el barrio de la Alegría.
-El barrio de la Alegría…
Me pareció que su cara se iluminó por un instante.
Hoy hace dos años de aquella conversación. Y no le he vuelto a ver por la consulta. Unos conocidos me han dicho que dejó el tabaco y que lo ven corriendo por los parques de su nuevo barrio, desparramando salud a su alrededor, como un nuevo rico…
Juan Carlos Padilla Estrada
Neumólogo. Hospital Vithas Medimar Internacional.
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